Monday, April 29, 2013

Una tarde inolvidable


Las maravillas que ofrecía el jardín de aquel hotel era una invitación inmediata a la aventura. Así que poco después regresé a visitar el lago y a hospedarme una noche, casi no podía esperar a que llegaran las tenues luces del firmamento acompañadas de una luna brillando sobre mi gigante, que apacible dormiría lleno de secretos. Llegué un poco después de mediodía para registrarme, tal como lo esperaba, desde el lobby podía percibir la vibra del lugar. Me asignaron una habitación y me acompañaron hasta ella, gesto que agradecí antes de abrir la puerta y quedarme perpleja y maravillada por la habitación.

La cama se veía enorme y cómoda, mi primera intención fue lanzarme en un clavado hacia su inmensidad. Después de cerrar la puerta, tomé un poco de velocidad y me lancé brazos abiertos, y como si hubiese sido recibida en un abrazo, el sueño me invadió inmediatamente. Decidí tomar una siesta antes de prepararme para la noche. Desperté pocas horas después, me sentía ligera como si alguien se hubiese dedicado a darme un masaje, me moví entre la suavidad y el confort de las sabanas. Después dejé mi estado de comodidad para dar un paseo por las grandezas del jardín, como lo había planificado. Salí de la habitación y caminé hacia sus jardines, la biodiversidad fue la primera en darme la bienvenida con sonoridad plena.

Como lo había imaginado, precisamente había un cielo despejado que me permitía ver una multiplicidad de destellos brillantes sobre mi cabeza, y una luna, que era la de octubre, una belleza naciente, reflejada y vista por los ojos de mi gigante apacible, el Lago de Atitlan.

Fue entonces cuando unos pasos llamaron mi atención, realmente no pensé que alguien pudiera acompañarme esa noche. Su sombra caminó a mi lado y se perdió en los primeros matorrales al lado izquierdo. Al principio pensé que mi imaginación me había jugado una broma, así que decidida seguí a la sombra para develar el misterio, cuál sería mi sorpresa, se trataba de quien menos esperaba... les contaré a la próxima, sobre mis mejores aventuras en Lago de Atitlan.

Wednesday, April 24, 2013

Promesa cumplida


Regresé, tal como lo prometí en los años más dulces de mi infancia. Esta vez volvía con los ojos colmados de experiencias y memorias, ya merodeaba los 19 años. Llegué con otra mentalidad, más libre, pretendiendo hacer del mundo una aceituna y devorarla al primer mordisco, aun así me seguía sintiendo igual en cuanto mis ojos posaban resueltos frente al Lago de Atitlán, percibían en aquel gigante azul de latido pacífico al más sabio de los ancestros.

A pesar de haber viajado con un grupo de amigos, precisaba de momentos a solas frente al Lago Atitlán, para perderme en un fluir de ideas, como suele sucederme ante las pinturas cubistas. Acomodada frente al lago las preguntas se agolpaban en mis sentidos, pero no furiosas sino con una inquietud pacífica, espiritual. Aparecían con la mera intención adentrarse a los más profundos significados de mi existencia.

Esa tarde, sentada frente a la orilla del Lago Atitlán, contemplando el hundimiento lento de un ocaso al horizonte, observé por el último tramo lateral de mi vista periférica la majestuosidad de unos jardines paradisíacos  extendidos frente a una catarata. Captó de inmediato mi atención, y no solo por el cantar de centenares de pájaros, ni por toda la vida que se resguardaba en ese verde laberinto, sino por todo el arte que se veía elaborado en ellos. Eran los jardines de un hotel que lleva ya algunas décadas en el lugar, que se convirtió en mi favorito, sobre todo por lo que en él acaeció. Pero esa será otra historia.

Friday, April 19, 2013

Primera vez


Vivo en la capital de Guatemala, pero tengo muy claro el primer día que mis pies se situaron frente al hermoso Lago de Atitlán. Tendría unos 7 años, fue el resultado de un viaje familiar, en esa ocasión nuestro verdadero destino era Xela, pero mi madre, que tenía cierta conexión con el Lago Atitlán, insistió en que bajáramos a visitarlo.

Llegamos y nos paseamos por las calles angostas del poblado de Panajachel, caminamos imitando al resto de los transeúntes, que parecían adentrarse en el poblado sin ningún destino, como extraviados en un laberinto de bellezas, reinventándose y redescubriéndose en cada vuelta de esquina. Había una serie de ventas artesanales a lo largo de una calle, un colorido festejo de tradición. La angosta calle semejaba un corredor descubierto… pero no solo eso, al final del camino se extendía frente a los volcanes un azul que cautivó de inmediato mi atención. Solté la mano de mi padre, con quien paseaba preguntándole hasta el último detalle de las cosas que mis pequeñas manos lograban alcanzar, y corrí hacia aquel azul que ya percibía en una pequeña brisa. Detrás de mía se precipitaban mis padres en desenfrenada carrera por alcanzarme, llegué y frené abruptamente a un paso de la orilla, me quedé quietecita, contemplando la majestuosidad de un hermoso lago. En los breves segundos de silencio, mientras mi vista trataba de abarcar su inmensidad, antes de que mis padres llegaran a mi encuentro, escuché un pequeño oleaje que me daba la bienvenida. ¡Ah!, fue el inicio de esa pasión que ahora puede inspirarme tan enigmático y maravilloso lugar.

Horas más tarde nos retirábamos del lago, y yo, con la sincera inocencia de mi infancia, le prometí al LagoAtitlán, por debajo de lo audible, que volvería a visitarlo, como si tratara de un gigante hermoso que latía y respiraba. Envuelta en su presencia casi no podía esperar para descubrir que había detrás de ese constante respiro en forma de oleaje, como si en ese mecido vaivén resguardara sus secretos.

En esa primera visita al LagoAtitlán, ya existía El Hotel Atitlán, que recomiendo a mis más íntimas amistades, y a ustedes, que parecieran tomarme de la mano mientras me siguen por todo este recorrido en los recovecos de mis memorias. El Hotel Atitlán es otra historia que ya contaré, y terminarán comprendiendo por qué es tan simbólico y porque hago referencia de él…