Wednesday, April 24, 2013

Promesa cumplida


Regresé, tal como lo prometí en los años más dulces de mi infancia. Esta vez volvía con los ojos colmados de experiencias y memorias, ya merodeaba los 19 años. Llegué con otra mentalidad, más libre, pretendiendo hacer del mundo una aceituna y devorarla al primer mordisco, aun así me seguía sintiendo igual en cuanto mis ojos posaban resueltos frente al Lago de Atitlán, percibían en aquel gigante azul de latido pacífico al más sabio de los ancestros.

A pesar de haber viajado con un grupo de amigos, precisaba de momentos a solas frente al Lago Atitlán, para perderme en un fluir de ideas, como suele sucederme ante las pinturas cubistas. Acomodada frente al lago las preguntas se agolpaban en mis sentidos, pero no furiosas sino con una inquietud pacífica, espiritual. Aparecían con la mera intención adentrarse a los más profundos significados de mi existencia.

Esa tarde, sentada frente a la orilla del Lago Atitlán, contemplando el hundimiento lento de un ocaso al horizonte, observé por el último tramo lateral de mi vista periférica la majestuosidad de unos jardines paradisíacos  extendidos frente a una catarata. Captó de inmediato mi atención, y no solo por el cantar de centenares de pájaros, ni por toda la vida que se resguardaba en ese verde laberinto, sino por todo el arte que se veía elaborado en ellos. Eran los jardines de un hotel que lleva ya algunas décadas en el lugar, que se convirtió en mi favorito, sobre todo por lo que en él acaeció. Pero esa será otra historia.

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