Vivo en la capital de Guatemala,
pero tengo muy claro el primer día que mis pies se situaron frente al hermoso Lago de Atitlán. Tendría unos 7 años, fue el resultado de un viaje familiar, en esa ocasión nuestro verdadero destino era Xela, pero mi madre, que tenía
cierta conexión con el Lago Atitlán, insistió en que bajáramos a visitarlo.
Llegamos y nos paseamos por las
calles angostas del poblado de Panajachel, caminamos imitando al resto de los transeúntes,
que parecían adentrarse en el poblado sin ningún destino, como extraviados en
un laberinto de bellezas, reinventándose y redescubriéndose en cada vuelta de
esquina. Había una serie de ventas artesanales a lo largo de una calle, un
colorido festejo de tradición. La angosta calle semejaba un corredor
descubierto… pero no solo eso, al final del camino se extendía frente a los
volcanes un azul que cautivó de inmediato mi atención. Solté la mano de mi
padre, con quien paseaba preguntándole hasta el último detalle de las cosas que
mis pequeñas manos lograban alcanzar, y corrí hacia aquel azul que ya percibía
en una pequeña brisa. Detrás de mía se precipitaban mis padres en desenfrenada
carrera por alcanzarme, llegué y frené abruptamente a un paso de la orilla, me
quedé quietecita, contemplando la majestuosidad de un hermoso lago. En los
breves segundos de silencio, mientras mi vista trataba de abarcar su
inmensidad, antes de que mis padres llegaran a mi encuentro, escuché un pequeño
oleaje que me daba la bienvenida. ¡Ah!, fue el inicio de esa pasión que ahora
puede inspirarme tan enigmático y maravilloso lugar.
Horas más tarde nos retirábamos
del lago, y yo, con la sincera inocencia de mi infancia, le prometí al LagoAtitlán, por debajo de lo audible, que volvería a visitarlo, como si tratara de
un gigante hermoso que latía y respiraba. Envuelta en su presencia casi no
podía esperar para descubrir que había detrás de ese constante respiro en forma
de oleaje, como si en ese mecido vaivén resguardara sus secretos.
En esa primera visita al LagoAtitlán, ya existía El Hotel Atitlán, que recomiendo a mis más íntimas amistades, y a ustedes, que parecieran tomarme
de la mano mientras me siguen por todo este recorrido en los recovecos de mis
memorias. El Hotel Atitlán es otra historia que ya contaré, y terminarán
comprendiendo por qué es tan simbólico y porque hago referencia de él…
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