Monday, May 13, 2013

... la mañana siguiente


Así fue como pasé una noche espectacular, en una aventura que más parecía interminable, en los bellos jardines del Hotel Atitlan, al que poco acudí para dormir. El desayuno fue servido majestuosamente por quienes llevaban ya un tiempo trabajando en aquel lugar, intuyo sus largas jornadas en aquellos espacios por la forma en que se movían por el lugar.  En fin todos muy serviciales, y yo sin poderme quitar la sonrisa desde la noche anterior. Fue justo en ese momento que un mesero llamó mi atención, se acercó presuroso y me otorgó un papelito mal improvisado en que apenas se notaban algunas letras y números alborotados. Cuando pregunté de quién se trataba, me dijo que se lo había entregado el chico que se había hospedado en la habitación continua a la mía. Supe inmediatamente de quién se trataba; antes de que el mesero se retirara agregó que lo había visto buscarme antes de irse.

Luego de retirarse vi su nombre y su número, pero la verdad prefería dejarle el amor al azar, así que de la misma forma que lo recibí lo dejé ir, con una sonrisa de agradecimiento. Disfruté de un exquisito desayuno a la vista del gigante, que pacífico se veía más azul que nunca. Y de pronto me perdía entre el jacuzzi que, además, está a la vista del gigante y que pareciera mezclarse con él, a mi cuerpo lo invadía una tranquilidad indescriptible, todo se veía más liviano. Respiraba con la seguridad de un mañana próspero, sabiendo nuestra vulnerabilidad ante un cosmos destellante, ante todo un universo. Aún me sorprende cómo ante su magnitud nuestros problemas se reducen a la nada.

Desde entonces, cada vez que llegué a los mágicos jardines del Hotel Atitlan cosas nuevas comenzaron a sucederme…

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