Me encontraba a las orillas del lago, lo acariciaba con la punta de mis dedos, con la palma de la mano,
mientras veía como esa fina textura que recubría al gigante se ondulaba como
recibiendo cada caricia; un azulado líquido que me permitía atravesarle para
llegar hasta su más recóndito secreto.
Me preguntaba cuántas promesas de
amor pudieron darse en pequeños barquillos a mediaciones de su grandeza,
recubierta por volcanes y un panorama que sellaría –al igual que un beso-
cualquier promesa de luna de queso y futuros brillantes, dimensionalmente eternos,
tanto que continuarían vigentes más allá de la vida. Y esas promesas se hilaron
en una red que atrapaba mi curiosidad mientras acariciaba al gigante. Perdida
ante su belleza podía imaginar todas las historias concebidas en momentos
distintos de la humanidad.
Contemplaba el reflejo de una
luna llena sobre el lago de Atitlan, cuando percibí el avance serpenteado y a gran
velocidad de algo que en ese momento parecía atravesar al gigante. Algo que
además parecía tener una longitud descomunal de unas cuatro cuadras que chisporroteaban
durante su trayectoria. Elevé la vista lo más pronto posible para cerciorarme
que no se tratara de una jugarreta de las ondulaciones del agua, pero mi
sorpresa fue mayor al confirmar que se trataba de una serpiente melenuda y de
ojos brillantes, que con pasmosa seguridad se atravesó majestuosa a la
velocidad de un parpadeo.
Me quedé perpleja, con la mano
aún al ras de la superficie del lago de Atitlán y con los ojos tan abiertos que parecían estar
a punto de salírseme de las órbitas. A penas me creía lo visto cuando uno de
los miembros del staff del Hotel Atitlan me encontró.
-
¿Se encuentra bien? – preguntó serenamente
-
Si le contara lo que acabo de ver, seguramente
no me lo creería –
-
¿Alguna que involucre a una serpiente melenuda
de ojos brillantes?
-
Ahh… usted acaba de tener el honor de conocer al nahual del lago de Atitlan, al guardián – enfatizó con una sonrisa y se retiró.
Yo quedé por un momento
contemplando las aguas del gigante, que parecían mucho más pacíficas que antes,
como si tuvieran la consciencia de un guardián que vigilaba y cuidaba de sus
sueños.
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