Monday, July 15, 2013

Un nuevo atardecer en Atitlán

Después de la última vez que contemplé un ocaso al lado del gigante, después de ese furtivo encuentro con el guardián de sus aguas, regresé. Volvía cada vez que podía al Hotel Atitlán, a reivindicar su belleza a través de la mejor de mis sonrisas. Sus paradisiacos jardines me rescataban de las cotidianidades y me permitían respirar profundamente, para sentir emanar dentro de mí esa sensación que es idónea para toda existencia; la liberté.

Después de un suculento almuerzo, elixir de dioses, volví a la quietud de los jardines del Hotel Atitlán. Recordé entonces aquella flameante serpiente emplumada que atravesó el Lago como si se hubiese tratado de un destello de luz; de aquel guardián del Lago, pero no uno cualquiera sino del Lago más hermoso del mundo, el Lago de Atitlan. ¡Vaya si la naturaleza no necesita estar rodeada de guardianes! Que cada vez parecieran hacerse más escasos ante la tempestuosa furia de la ambición humana. Es por eso que me refugio en este palacio de jardines que me permite contemplar el latir del gigante.

Me pregunto qué tan imprescindible puede volverse en la vida de todo ser humano escapar con cierta eventualidad a la monotonía; cuando lo recordamos mejor y lo pensamos bien nos damos cuenta que los pasos de la huida nos regresan a los bosques, lagos, ríos, montañas… al fin natural de nuestros cursos. El guardián creo que cumplió su deber de recordarme lo hermoso y necesario del gigante, de mostrarme que aún permanece audaz a pesar de los continuos ataques humanos. Los humanos no atacamos a la naturaleza por maldad  sino porque hemos olvidado ese punto de partida, ese principio de toda existencia; y que ahora siendo tan vulnerable necesita de nuestra protección. 

No comments:

Post a Comment